Como cada año, la Hermandad de Ntra.
Sñra. de los Dolores ha celebrado la Solemne Fiesta religiosa que corresponde
al 15 de Septiembre.
La advocación de nuestra venerada
titular es la más universal de las advocaciones de la Virgen, pues no está
vinculada a una aparición o a una imagen, sino que arranca del mismo Evangelio,
que nos presenta a María al pie de la cruz. Quizás convenga matizar el origen
de esta festividad. La fiesta de este
día hace alusión a siete dolores de la Virgen, entendidos por el cristianismo
como los siguientes: 1º la profecía de Simeón; 2º la
huida a Egipto; 3º la pérdida de Jesús en Jerusalén, a los 12 años; 4º el
encuentro de María con su Hijo en la calle de la Amargura; 5º la agonía y la
muerte de Jesús en la cruz; 6º el descendimiento de la cruz; y 7º la sepultura
del cuerpo del Señor y la soledad de la Virgen. La fecha en la cual esta fijada
esta festividad nos remonta al siglo
XVII. En esta época se dio principio a la celebración litúrgica de dos fiestas
dedicadas a los Siete Dolores, una el viernes después del Domingo de Pasión,
llamado Viernes de Dolores, y otra el tercer domingo de septiembre. La primera
fue extendida a toda la Iglesia, en 1472, por el papa Benedicto XIII; y la
segunda en 1814, por Pío VII, en memoria de la cautividad sufrida por él en
tiempos de Napoleón. Esta segunda fiesta se fijó definitivamente para el 15 de
septiembre. En Nuestra Hermandad se conservan las dos fiestas y a bien tengo de
resumir la última de ellas.
Este año se presentaba
de forma peculiar. Recuerdo aquel 15 de Septiembre de 2009. Han pasado cuatro
años de la primera vez que tuve la fortuna de ponerme cara a cara con la
belleza desbordante de la Madre de Dios, Ntra. Sra. de Los Dolores. La devoción
que irradia la Sagrada efigie cruza el grueso muro del templo de San Andrés, y
en mi mano estaba un año más hacerla llegar a los devotos, a los cuales se les
estremece el corazón al mirarla a los ojos. Y así lo quiso Ella un año más. La
Soledad descendió de su capilla para encontrarse con aquellos que la añoran,
que la buscan en una estampa en la cartera, que la sueñan en la distancia, o
que le rezan desde cualquier rincón por esto o por aquello, da igual el motivo
porque Ella todo lo puede y a Ella nos encomendamos.
Y con toda esta
responsabilidad se cumplieron mis deseos otra vez. He tenido el privilegio de devolver a Soledad su
estampa clásica, aquella que vivieron nuestros mayores, que conocieron nuestros
padres, y que hemos visto nosotros este 15 de Septiembre. De insuperable
clasicismo y seriedad, creo haber encontrado el estilo definitivo de esta
Señora de tez pálida y que llora por el insoportable dolor del hijo perdido.
Siempre soñé a Soledad como aquella
dolorosa enjoyada, de encajes de bruselas sueltos, de medida compostura, de
gesto serio, de respeto innato, y de luto riguroso, y así, bajo sus Sagradas
plantas lo he hecho patente este año. La sensación al mirarla era inmensa, y no
solo esto. Por primera vez he visto como la gente prende promesas y pone flores
a los pies de la Señora. Nunca olvidaré como minutos antes de la misa, una
anciana entraba al templo con jazmín para ofrecérselo a la Divina Madre.
Ciertos gestos, nos hacen darnos cuenta de la importancia y trascendencia de la
Virgen, y a mi, personalmente, me llenan el alma.
Me despido y espero
que todos hayáis vivido este 15 de Septiembre con intensidad, recogimiento y
devoción. Espero que poco a poco todos los miembros de la Banda cultivemos la
profunda fe hacia Nuestra Señora y seamos el fiel relevo para generaciones
futuras.
Diego
Angullo Jimenez
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